jueves, 17 de diciembre de 2009

Abusa


Será que la rutina se asocia con olvido
Sacando de los dedos el fuego del amor
dejando entre los hielos
la fuerza incontenible
de esos imposibles cargados de valor
¿qué dices amor mío?
¿tú crees que es factible cargarle leña al fuego?
ese que producimos juntándonos las manos
izando nuestras velas
dejando las pisadas de arenas tan seguras
que hoy sin mas locura, se acaba la pasión
y arruina lo perfecto que juntos comenzamos
matando los anhelos, temiéndonos ahogar
fatídica existencia de un mar sin tempestad.

¿te atreves amor mío?
de otorgándonos a la idea de juntos para siempre
dando y aportando fuerza e intensidad
mas todo lo indicado de hacerlo realidad
cuidando que no sea la costumbre que resuelva
complejas ecuaciones
cuidando que el tenernos
no sea una tortura
¡y si!
una mescla de locura con llama incontrolada
poniendo en nuestra hoguera
fuente eterna en combustión.

Revelándose al rumor que todo se termina
oponiéndonos con todo
al cruel defecto interno de hacernos mutuo daño
usando nuestro tiempo a hacernos necesarios.

¿Qué quiero?
reúne aquellos sueños y anúdate a mis manos
siguiendo firmemente nutriendo sentimientos
abusa del Ingenuo complemento
que existe entre nosotros
pinta, cambia, extiende,
rompiendo la rutina
llevando las raíces a tierras abonadas
abusa
recorriendo sin temores tus plenas fantasías
dibuja en las frazadas el beso mas intenso
que deje nuevos lasos uniendo nuestro hoy
recuérdame lo hermoso que somos cuando estamos
complemento en nuestro cielo
sustentado en el amor.

Abusa de mis besos, que a ti, te pertenecen
sacude lo que eres y enfrenta lo que soy
que yo hare conmigo lo mismo por los dos
clama por esta ideología
ni dejes que esta vida se escape de las manos
abusa de mi amor clavándolo en tu pecho
pregunta con silencio y acóplate a mi alma
quizás en un buen tiempo logres percibir
que aun mis cicatrices se fueron junto a ti.

Abusa de palabras que no sepan dañar
Ingresa tú en mi alma
que ya quiero la tuya
abusando de ese afecto necesario
ganando con esta ideología
que amarnos para siempre
no sea
amor acostumbrado.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Si el limon hablara




Los acuerdos de conseguir estabilidad nacieron junto a los primeros besos, ambos trabajaban en jornadas simples de 8 horas diarias y fines de semana sin labores pendientes, no era necesario sacrificar la vida social, los ingresos cubrían las exageraciones permitiéndoles mostrar poder económico, ambos disfrutaban cada adquisición alardeando por algunas semanas con el grupo de amistades que acumularon en el barrio donde nacieron, o los colegios que compartieron, habían vivido una vida juntos, ella era la hermosa del grupo y él, el emprendedor que la falta de hermosura pagaba con monedas las cuales permitían conseguir beneficios, tenía un porte distinguido a pesar de su baja estatura, quizás porque sus padres se habían encargado de convertirlo en un profesional en medio de tanta mediocridad, ella con su escala de valores a la altura de sus caprichos, bella y capaz de vender el alma por sentirse superior, aunque no dejaba oportunidad de mostrar santidad enfrentando a un Cristo ante cualquier capilla. En esos años de bonanza y, gracias a su autonomía se cambió a una iglesia de personajes de estatus socioeconómico más alto, los vestidos zurcidos de juventud los cambió por diseños exclusivos y los zapatos que tantas veces llevó a reparar, por un conjunto de todas las temporadas, que amontonaba en las mismas cajas que los adquiría, demostrando lo que tenia, sin estar dispuesta a demostrar menos si creía merecerlo, fue así como decidió empujar a su esposo a intentar una empresa juntos, ya habían acumulado lo suficiente y existía la oportunidad de arriesgar siendo sus propios patrones, él se había egresado de contador y ella sólo de cuarto medio, pero con un impulso de soberbia que de seguro daría frutos, lo hicieron, no eran la pareja perfecta, en época de noviazgo ya lo había dejado por un ejemplar más acorde a su estatus de fiera, aunque la calentura sólo le duró algunos meses, para volver a quien pertenecía, sin rasgos de arrepentimiento o mezclas de dudas decidió aceptar la proposición de casarse, él se había convertido en gerente de finanzas de una pequeña empresa familiar, las apariencias incluso la engañaban a ella, creyó tener todo lo que estaba esperando para sentirse la esposa de quien pondría el mundo a sus pies, aunque no sacó cuentas de que dos míseros sueldos, viviendo de allegados en la casa de su madre, no era lo más grandioso que un meritócrata podía conseguir, mentiras sobre mentiras construyeron lo que nunca fueron, pero siempre creyeron merecer, a ambos les alcanzaba con la mitad del sueldo de ambos y juntos en un par de años, salieron del abrigo de la familia para hacer vida de familia en su propio hogar, una nueva razón para jactarse de todo cuanto tenían, en ese entonces se la jugaron con todo, endeudados hasta el cuello dieron vida a una empresa que sobrevivía en su propia casa, con la rutina de estar juntos aún en los minutos más diminutos sin ver cuánto eso mismo los fue dividiendo, las oraciones empezaron a usar una palabra que se volvió común, ¡crisis!, aunque sólo eran los argumentos de un amor que nunca existió, ella le había repetido a su hermana que no conseguía amarlo y la rutina de no apartarse la desesperaba, el celular la conectaba cuando él la quisiera, las reuniones con clientes y proveedores era volver a escucharse, para terminar intentando engañar al amor por unas buenas dosis de sexo que no la completaban, aunque no dudaba cumplir con cuanto él quisiera o ella intentara para hacer florecer un fruto que entre ambos nunca se sembró de la manera correcta. Así se pasaron la vida, dos soberbios engendros que creían engañar a todos los que vivían en su entorno, las crisis se convirtieron en alejamientos en busca de amores que juraron reales, sin dejar las funciones que la empresa les requería, aún mirándose con rencores mantuvieron el vicio de seguir juntos, habían adquirido una empresa a costa de venderse ellos mismos a ella, le debían el alma y aunque no era capaz de mantenerlos unidos, si les permitía mantener las apariencias, bien diría un dicho popular, “no son más que unos piojos resucitados”, haciendo alusión a ese tipo de personajes de clase baja que alcanza un estatus mejor sin darse cuenta que en realidad no son nada y, era que verdaderamente no lo eran, habían postergado la familia a razón del dinero, con más de diez años juntos, los hijos parecían menos deseados entre ambos, aunque ella siempre guardó el deseo que fuera producto del amor y no de otro acuerdo comercial de la sociedad que formaban. Lo habían intentado por un año sin conseguirlo, las pastillas que consumía sin pretexto habían producido en su cuerpo un estado de infertilidad que parecía no terminar y para cuando el amor volvió a enfriarse, ella no dudó en volver a tomarlas, lo anhelaba, pero no estaba dispuesta a que sus frutos nacieran sin corazón, aun la vida fría se mezclaba con los simples hechos que aprendió en el barrio donde creció, jugando con sus hermanas sobre una bicicleta a medio morir o en las mesas de pool que su padre arrendaba a cuantos alcohólicos se reunieran en el boliche, que sus hijas se encargaban de dirigir cuando él se ausentaba, aunque los pesos que veían entrar jamás aparecieron en casa, quizás por lo mismo era que su empeño era borrar la imagen de una mujer postergada que veía en su madre, siendo aún con todas sus fallas, la única que podía descifrar sus tiernas intenciones perdidas cuando la soberbia la gobernaba.
Antonia de tacos altos, piel bronceada y una cabellera color trigo perfectamente alisada, pisaba el acelerador de su auto sin dejar a ningún macho inerte con su paso, treinta y cinco años de vida, económicamente estable, con un colchón de más de cuatrocientos millones divididos en los productos almacenados, los dineros por cobrar, los autos, la casa y, todo lo que la satisfacía materialmente, por otro lado su esposo, con el trasero pegado a la silla de la gerencia que administraba, mientras su mujer figuraba como su mejor vendedora en un mundo de hombres, su porte de poder había aumentado unos centímetros, pero seguía siendo el mismo, caminaba sobre un piso de cristal aunque trataban de convencer a quienes les rodeaban que era el centro de atención, aunque por los rumores silenciosos, no era más que una débil criatura gobernado por el encanto de quien sólo apoyó sus pies para subir sobre los peldaños de la sociedad, crisis tras crisis, la última con la separación por catorce meses dejándolo en la soledad suprema, mientras él se mantenía con esperanzas de que fuera sólo otra calentura y volviera como siempre lo había hecho, detrás de cada gran hombre siempre hay una gran mujer, aunque en este caso, sólo era una ecuación mal desarrollada de dos jóvenes que se la jugaron por los bienes materiales, olvidando los emocionales, no tenían colegios que pagar, pediatras a quienes visitar, pañales o alimentos especiales, sólo eran dos adultos enfocados en acumular dinero y ego.
Fue después de su última crisis que las cosas parecieron mejorar, el la veía triste siendo incapaz de decírselo abiertamente, esta vez su regreso había sido distinto, si en años anteriores su frialdad y sus constantes peleas refregándolo contra el piso, lo consumían mostrando incondicional sumisión, está vez sentía que había dejado de vivir, en su último viaje lejos de sus brazos, en algún rincón olvidado de otro cielo, había dejado a voluntad su corazón, ya nada la llenaba, se había convertido

en una mujer más humana, empujando sus emociones a adorarlo, aunque su idolatría mental se oponía a esos latidos que no tenía, lo quería, pero al instante de obligarse, sentía que le era imposible, ingresando a un mundo de silencios donde lograba despertar después de algunos sentimientos nostálgicos en busca de un aprecio que pareció perder por si misma, ya habían conseguido todo y la vida les exigía buscar a quien dejarle lo que habían construido, la empresa les pertenecía, como ambos le pertenecían a la empresa y, quien mejor que un hijo sería el merecedor de continuar con la vida que ellos le entregaron al dinero. Ya no era placentero juntarse con las amistades pasadas, el círculo se fue convirtiendo en ellos y la empresa, la familia en un plano más distante y la vida escapándoseles de los dedos a una velocidad que parecía apretar con firmeza lo último que les quedaba, ambos convencidos que la soberbia terminó por doblegarlos hasta la humildad, las decisiones que por un minuto parecieron las mejores a razón de la obtención de un estatus mayor, les refregaba la cara, cuando observaban a un par de jóvenes padres disfrutar de sus pequeños hijos, sentían que no tenían nada, unos miserables individuos con la capacidad y sin la calidad de formar hijos a quienes delegar las riquezas emocionales que aun la vida no les había dado la oportunidad de obtener, aquellas que les parecían más inmensas que las que los ataba aún con la vorágine del mundo empresarial.
Tardaron un par de años más en recuperarse e intentar nuevamente ser padres, habían tocado la idea de adoptar, pero no les parecía correcto, heredar una vida de sacrificios a quien no llevara su sangre, ambos sometidos a continuas inspecciones médicas y constantes batallas cuerpo a cuerpo por conseguir que la vida brotara al interior de ese cuerpo que los años estaban marchitando, ahora más transparente de piel al descuidar las continuas horas en el solárium y algo más baja que años anteriores, por los dolores musculares que azotaban sus piernas, dejando que el cabello volviera a su tono natural, esta vez con algunas canas que mostraba con agrado, mientras el rostro se llenaba de una hilera de surcos marcando la edad que se precipitaba.
Cinco años atrás sus ojos estaban pálidos de dolor, las palabras que de sus labios siempre quisieron salir quedaron retenidas sin que su padre supiera todo lo que sintió por él, culpándolo de no haberle enseñado a perdonar y amar, recriminándolo aún en la puerta del sepulcro donde un día descansó para siempre y, en donde se cerró la oportunidad de decir cuánto lo amaba, aferrándose de la mano de ese hombre que no sabía amar, sintiéndose vacía por no lograr la oportunidad de conseguir una vida brotando desde su vientre juvenil y mostrarle a quien no supo, como se educa a un hijo.
Al llegar a los cuarenta decidieron invertir en un cambio radical de sus vidas, vendieron la casa donde vivían para comprarse una pequeña parcela con una casa patronal, grandes pasillos perfumados por grandes aromos que rozaban las tejas aún llenas de vida cubriendo los grandes techos, un amplio jardín de múltiples colores rebosante de alegría, al final encumbrándose como un anciano lleno de muletas, un limón de largos años que aún se llenaba de frutos, les pareció encantador el columpio de cuerdas que colgaba de sus ramas, afirmando una tabla que parecía inmune al tiempo, ¡la quiero!, dijo con algo de sentimiento infantil, y para él se convirtió en la oportunidad de tenerla para siempre, cerró trato sin contratiempo desembolsando en efectivo a los corredores de propiedades entregándoles una importante suma de dinero, aunque tenerla feliz superaba cualquier inversión, ilusionados de que bajo ese frondoso y anciano limón, los hijos por venir disfrutaran de esas cuerdas que se balanceaban con el viento.
De un extremo al otro de la ciudad llegaron un día con todo lo que poseían, dos camiones de mudanza y las dos camionetas con las pertenencias más valiosas se

estacionaron a las puertas de la casa patronal, como decidieron en conjunto llamarle, durante los días anteriores tres peruanas recién llegadas se habían acomodado en las piezas destinadas para la servidumbre, cuando ellos abrieron las puertas todo resplandecía, las ventanas parecían no existir y los rayos del sol se sentían dueños de todos los dormitorios, un olor a primavera que liberaban los aromos y un cerco de pinos que demarcaban el sitio que les pertenecía, ella se encargó del dormitorio una vez que el armó la cama y los muebles que la componían, un millar de cajas con zapatos que jamás volvería a usar, y manojos amarrados con trozos de telas envolviendo los pantalones y vestidos que acomodó uno tras otro en los muebles que adquirieron unas semanas atrás, a un costado del dormitorio unida con una puerta lateral un cuarto pequeño que deseaba decorar para sus tan ansiados hijos, tal vez su princesa de vestidos largos se atreviera a llegar luego de visitar tan acogedor espacio, desparramar sus juguetes, o ver ese columpio bajo el limón donde inventar una familia con algún niño de su edad, tenía todo planificado, confiando que esta vez, luego de algunos años de sentirse perdonada por Dios, podría recibir tan ansiado milagro.
Vivieron el cuarto invierno y a pesar de todos los intentos seguían siendo padres y esclavos de una pequeña empresa que ya no despertaba las emociones de antaño, habían días que se quedaba tendida entre las sábanas deseando no despertar, hasta que su vientre maduro estuviera por florecer, los ojos se habían cansado de llorar y las continuas horas de amor se estaban convirtiendo en un agotador intento sin resultado, ya no tenía 18 años para someterse al placer, ahora fría y más madura sólo se sometía en el completo silencio a las ganas de su hombre, esperando quieta que las semillas alcanzaran ese espacio que por años se mantenía en constante sequia, ¡si no pones amor, jamás tendrás hijos!, le repetía una de las mujeres que a esa fecha ya era su mejor confidente, reposando a su lado en las mañanas que ella no tenia las fuerzas para trabajar, o los fines de semana cuando revolvían las flores del jardín, intentando controlar la plaga de caracoles y las ortigas que germinaban aún sobre las tejas.
En el comienzo de la primavera, se encontraban tendidas en un par de hamacas que colgaron entre los árboles, sumergidas con las brisas frescas y el placer del relajo, parecía todo perfecto hasta que el ruido de un golpetear suave pero insistente se enfrentaba con las maderas del portón principal, les pareció extraño que tan temprano llegaran visitas, ¿vas tú o voy yo?; con algo de reproche le dijo Antonia a la empleada, la que contesto con una gran sonrisa, ¡estoy muerta!, mejor vas tu y aprovecha de traerme una aguita de menta de la cocina, ambas rieron porque en la complicidad habían descubierto cuánto se parecían, tomó una almohada con fuerza y se la lanzó a la cara, ¡a fin de mes, seré yo quien cobrara por atenderte!, se levanto al no ver reacción alguna, arrojándole un cojín en la cara, camino despacio sin imaginar a que se enfrentaría, levanto la tapa del agujero que dejaba asomar a los visitantes, y le pareció indefensa la criatura que sus ojos descubrieron, abrió lentamente controlando con el pie el peso de la puerta.
Buenos días señorita, ¿está su madre?, una anciana algo encorvada preguntó.
Buenos días, mi madre no vive aquí, ¿Quién la busca?
Perdón, ¿y la dueña de la casa?
Esta casa me pertenece, ¿Qué necesita?
Quería solicitarle autorización para ingresar unos minutos a los pies de un frondoso limón, que aún se aprecia desde la avenida, tengo tantos recuerdos de ese espacio.
¿Recuerdos?, ¿usted vivió en esta casa?; esta casa no tiene historia.
Todas las casa tienen historia, o acaso usted no leyó “la noche blanca” de Dostoievski
La verdad no, ¿porque tendría que dejarla pasar?, en ese instante la empleada se acercó preguntando qué sucedía.
Esta señora quiere entrar unos minutos, dice que vivió aquí y quería unos minutos debajo del limón, ¿y porqué del limón?, exclamó llena de curiosidad.
¡Si ese limón hablara!, replicó al instante la anciana.
¿Qué diría?, continuó la otra sin dejar que el aliento saliera de sus labios.
Hace cuánto tiempo que viven en estos lugares, preguntó intentando afirmarse las rodillas que temblaban más a cada minuto.
¿Desea usted pasar?, pregunta Catalina sin contestarle.
Es por eso que vine.
Adelante.
¡Carmen!, lleva unos vasos con limonada al patio y unas masas dulces.
¡Ya señora!, se escuchó desde una de las habitaciones.
Adelante.
¿Cómo se te ocurre Catalina, no lees los diarios? si nos asalta.
Apenas si camina, ¿cómo crees?, mientras le tiraba la oreja sonriéndole.
¿Y nos contará que diría este limón, señora?
La mujer movió la cabeza con cuidado, miró de arriba abajo el frondoso limón, sacó de sus bolsillos un paquete de velas que fue depositando en la tabla del columpio, sin siquiera percibir que las otras dos le seguían sin pestañar el rito que parecía sacado de un libro de Isabel Allende, posó su cuerpo en una de las sillas que le acercaron, desprendiendo unas pálidas lagrimas que caían en una eternidad de surcos, que los años construyeron en su cara, hasta desaparecer en su pecho, sorbiendo unos tragos de limonada, mientras cerraba sus ojos como capturando el tiempo escondido en las esquinas de ese hogar.
La anciana intentó capturar sus miradas y continuó, catorce pasos existen desde este sitio a la puerta principal, pasos normales de una mujer normal, desde la cocina se ven las hojas primeras y la fila de marcas en las piedras amontonadas a un costado de esa pirca que demarca el pequeño riachuelo, son marcas de balines de escopetas, que dejaron los hombres que visitaban este lugar, realizando apuestas que a veces llegaban a un sueldo completo, para ver quién era capaz de voltear dos monedas acostadas sobre ellas, de este extremo al otro, se cuentan 25 saltos medianos, para caer a la sombra de los aromos, desde donde se puede ver la

ventana de la única pieza pequeña de esta casa, la misma que está apegada y cuenta con una puerta lateral uniéndola al dormitorio matrimonial, en otoño el aire permite que ellos conversen entre si y, sus voces replican en la paredes interiores, llenando todo de un canto de eterno, en ese entonces sobre sus copas nubes de abejas los sobrevolaban, manchando sus cuerpos con las esporas que dispersaban por los rincones, al costado izquierdo y siguiendo los pinos, existía un camino de piedras de la cantera, 450 piezas labradas a mano por los mejores artesanos de esos tiempos, la dueña no pagó ni un centavo por ellas, fueron regaladas por la familia Armijo, a favor de no permitir que su hijo entrara en esta tierra, cumpliéndose a cabalidad el acuerdo a punta de escopetazos. En ese instante las lágrimas se hicieron más prolongadas, rebuscando en los bolsillos un pañuelo que parecía haber estado planchando desde su juventud. ¿Quiénes eran los Armijo? insistió la criada. Los Armijo eran las familias que llegaron a colonizar estas tierras, provenientes del sur de Chile, llegaron al único lugar donde nadie quería vivir, el alcalde de la ciudad les permitió hacer sus hogares en las laderas del cerro, si los derrumbes no se los llevaban, de seguro la sequía y la soledad los mataría, pero venían bendecidos por Dios, dos años a punta de empuje lograron traer entre las laderas un hilo de agua que les permitió soportar el más crudo calor, y en los inviernos labraron vasijas a punta de combo y cincel, donde la recibieron en el estado más puro que se conoció en estos rincones del olvido, ya para entonces, al ver el alcalde que no podría librarse de ellos, les arrendó las tierras por 100 años a un precio insignificante, si no podía eliminarlos, de seguro se llevaría algunos pesos al arca municipal, se firmó el contrato con bombos y platillos en plena época de elección, la que a pesar de tan noble acto de humanidad y, considerando que los Armijo sumaban más del 50% de la población, no le permitieron la re-elección. ¡Quién mierda votaría por un hijo de puta!, se leía en las altas paredes de adobe pintadas con cal, y es que el pueblo en sus inicios no era más que un burdel de mala muerte, que aprovechaba la mina de oro que se expandía con los recursos de inversionistas europeos, formando una clientela sedienta de mujeres sabrosas y fáciles adornadas con deliciosas frutas y alcohol a granel. Pero los Armijo marcaron la diferencia en las elecciones, 200 habitantes sumó el último censo, 50% de las Canteras, 50% del burdel, ¡algún maricón resentido me habrá cagado!, insistía el claudicado Alcalde, mientras se empinaba litros y litros de agua ardiente que el mismo destilaba en la alcaldía, abasteciendo el fructífero negocio de su abuela, ama y señora de esta hacienda.
¡Quiere decir que esto era un prostíbulo!, exclamó con una sonrisa nerviosa y un acento que le apretaba la garganta.
Un hogar de señoritas mal nacidas, así lo bautizó mi madre.
La doña, ¿era su madre?.
Una gran madre, excelente amiga y estricta educadora empecinada en coleccionar libros, aunque solo los conoció cuando yo aprendí a leer y, nos encerrábamos en la pequeña pieza contigua, antes de dormir entre las paredes de mi prisión de santidad.
¿Usted era quien dormía en ese cuarto?
La anciana tomó aire, volviendo a pasar el pañuelo por sus ojos, estrechándole las manos a las jóvenes oyentes que permanecían sumergidas en la conversación, ¿podemos caminar?, propuso en tono de ruego y, al instante ambas se pararon levantándola de la silla con amabilidad, mis piernas se adormecen cada vez más rápido y estas malditas medias recetadas de por vida junto con las pastillas, ayudan a que la sangre fluya, no formando coágulos que terminarían por convertirse en nuevas trombosis, esto de ser vieja, ambas se miraron reconociendo que irremediablemente caminaban ese mismo rumbo, sin diferenciar quién tenía o quién no, la enfermedad llegaría tarde o temprano, para sacar los ahorro de una vida a favor o aumentar las deudas y la espera en la miseria de recibir bienestar.
¿y qué hay del limón, de los Armijo, de su madre y el alcalde?, esto parece un cuento de Gabriel García Márquez, tanto personaje ya me estoy mareando, ¿y el limón?, ¿por qué quería pasar a ver el limón?, insistió Antonia con un tono igual al que ella interpuso antes de dar los primeros pasos, la anciana después de dos pasos se detuvo girando la cabeza lentamente, apuntando con los ojos al columpio y las raíces sobresalientes en uno de los costados, ¿saben quien esta aferrado a esas raíces?, ambas se llenaron de una curiosidad pavorosa, repitiendo juntas la sentencia, ¿el joven Armijo?, la vieja volvió la vista al frente y con voz de maestra de escuela las amonestó, ¡niñitas ustedes no están atentas!, ¿quién entonces?, volvieron juntas a preguntar.
El precio del oro iba en aumento, las cabañas de los empleados a duras penas daban abasto para los contratados, así es que los contratistas y subcontratos, se instalaron a no más de media hora a caballo de este sitio, a un paso de Sodoma, como acostumbraban nombrar este sitio, mi madre en ese entonces ya tenía viviendo en esta casa a más de 20 jóvenes provenientes de todas las regiones del país, de boca en boca se corría el rumor que el dinero brotaba por las tablas del piso, el alcalde tenía su oficina sobre los alambiques donde destilaba agua ardiente que mezclaba con todo tipo de frutas para ofrecer tragos exclusivos a los extranjeros que dominaban las labores de mando en la mina, pero este mundo amadas niñas, es el mismo infierno donde los no tan santos terminan por pagar los pecados antes del juicio final y mi madre tenía muchas deudas con el señor, en este mismo columpio su niña recreó un paraíso de niños, ¿saben cuántos nacimientos se registraron en los tiempos de la bonanza de perdición, ¡ninguno!, ni una sola de las niñas que vivieron acá, y ninguna de las que venían en las temporadas tuvieron hijos, ¡las habrá secado Dios!, no, debajo de ese frondoso limón, yacen todos los frutos sin padre, bajo esas raíces trozos de cuerpos de hasta 6 meses fueron escondidos luego de los abortos que mi madre y un carnicero realizaban a quienes se les pasaba por la cabeza dejarse un crío de uno de sus clientes, ¡quién puta te dijo que te enamoraras!, no ves que estos huevones sólo las vienen a usar, para luego irse con la aureola de santidad de regreso a sus hogares, a fornicar con sus mujeres y dar lecciones de santidad a sus crías.
Las dos intentaron recobrarse de lo que acababan de escuchar, mirando de reojo las raíces que parecían detener la vida de un puñado de ángeles que no pudieron volar, ya que sus alas fueron cercenadas a punta de cuchillo por un hijo del demonio. inventándose cada una sus propias historias, Antonia y su incapacidad de concebir y, la criada abandonando a los suyos en busca de los beneficios que su país no podía cubrir, dejando a sus crías desprovista de los valores que llevaba en su pecho, esta vez, fueron tres las que secaron sus lágrimas.
Es hora de irme interrumpió la anciana, ¡pero si aún es temprano!, respondió la criada, ¡no es fácil conseguir buenas piernas en la farmacia!, dejando una sonrisa en las tres extrañas que sin mediar, lograron reconocer como la vida se encarga de enseñarnos las uniones a pesar de tanta diferencia. ¿Si gusta yo la encamino?, en tono amable Antonia ofreció su compañía, ¿podrías dejarme en la avenida principal?, desde ese sitio es más directo el viaje a casa, encantada le dijo ésta, pero con una condición, ¿podría volver mañana?, mi esposo se encuentra con algunas reuniones importantes y tendremos la complicidad de la soledad para continuar escuchándole.
Si Dios lo quiere, mañana a primera hora te aviso y tú me esperas en el mismo sitio donde hoy me dejarás, así no podré decirte que no, ya que tengo piernas débiles y en la soledad de estas avenidas, a uno la pueden ver muerta y nadie se detendría, ¿estás de acuerdo?
Feliz de volver a verla!
Ambas se subieron a la camioneta y sin dejar salir una palabra la llevaron al sitio que solicitó, ¡hasta mañana!, ¡hasta mañana, les contestó a ambas mientras descendía del vehículo.
No fueron capaces de abrir los labios desde la avenida hasta la casa, las velas que había dejado se habían convertido en un pastel de esperma, que cubría la mitad de la madera del columpio, pero no fueron capaces de acercarse, ingresando a la espera del hombre que las protegiera.
Las grandes alamedas mecían al compás del viento las copas de los eucaliptus, una danza delicada al compás del canto de las aves nocturnas, Antonia acariciaba su vientre recordando las palabras de aquella anciana, ¿Cuántos estarán bajo las raíces de ese limón?, mientras que en su interior las semillas no germinaban, los años de juventud se estaban marchando de sus manos y junto a ellos la esperanza de procrear se perdía, se acercó a las paredes deslizando su mano, intentando escuchar esas historias que el adobe guardaba, sintió los llantos de amor y las risas sin sentido que el alcohol sacó de los labios de quienes aplacaban sus jornadas de soledad, por unas horas sintiéndose amados, oyó murmullos de amantes jurándose la eternidad, oyó promesas de quienes sintieron que se pertenecían, oyó los acuerdos de vida en las lejanías de esas tierras donde la miseria los reunió, pudo oler la humedad en la piel de esas jóvenes amantes, pudo sentir el ruego de pureza que les oprimía el pecho luego de beber en el cáliz del arrepentimiento, las ornamentas que les falsificaba la identidad, desplazándose a medio vestir entre un amor y otro, ¿Por qué el camino de adoquines fue el pago de ese que venía en busca de amor?, ¿Por qué si las ramas del limón son tan débiles, fue en él donde colgaron ese columpio?, ¿se habrá mecido alguna vez algún niño bajo esas ramas?, escuchó como se aceleraban sus emociones, de los continuos viajes en que dejó a la intemperie todo por lo cual ahora luchaba, detrás de esos amores que creyó encontrar al final de cada arcoíris, retornando pobre y humillada, conteniendo con soberbia su martirio, intentando que la santidad volviera antes de enfrentar al Cristo nuevamente con sus ruegos.
El llegó a la hora de costumbre, las ventas se mantenían estables aún sin tenerla a ella entre las filas, los ingresos de ambos cubrían todas las necesidades y daban para seguir engrandeciendo el negocio y depositar un saldo en las cuentas personales, aún si les nacieran 5 hijos de una vez, podrían cubrir hasta las universidades más prestigiosas, sin necesidad de firmar acuerdos u optar a beneficios gubernamentales, lo tenían todo y sentían que con los años, verdaderamente no tenían nada, la perfección que hubieran querido lograr como pareja, solo era una burla de esa que soñaron, aunque sólo llamaron crisis a sus diferencias, ambos sabían que las heridas aún expelían olores a putrefacción, hablaran y hablaran de todo lo que eran juntos, sin sentir que lo fueran.
Buenas noches amor, ¿Cómo te fue?, él le sonrió diciéndole con la mirada que ya llevaban muchos años con los mismos resultados y, preguntar era tan tóxico como la misma rutina. Cruzó frente a ella dejando un beso cálido en sus labios, ¿si lo quiero?, se dijo en silencio, pero los ecos del corazón no confirmaron nada, arregló unas toallas para dejárselas en el baño, dirigiéndose a la cocina en busca de un bocadillo simple, para compartirlo sobre la cama, intentó tomar el mismo rumbo, pero algo le llevó por la puerta lateral, a ese sitio donde construiría con sus manos un paraíso para sus hijos, el cuarto olía a soledad, las paredes contenían el calor de la tarde con innumerables sensaciones flotando por el piso, frente a sus ojos la ventana le mostraba un conjunto de ramas desacordes sosteniendo el columpio de madera, quiso retroceder, pero la curiosidad venció al temor poniendo sus manos sobre los cristales, dejando escapar de su boca un aliento cálido que los empañaba, la puerta detrás de ella retrocedió hasta que sus ojos percibieron una oscuridad que la llenó de paz, toda una vida temiéndole incluso a los aullidos de los perros y, en esta oscuridad que parecía consumirla se encontraba plena, olvidando los temores infantiles que al minuto menos esperado, una mano fría se posicionaría sobre su hombro, o en un instante de horror macabro, un rostro se enfrentaría a ella del otro lado del vidrio, mostrando el reflejo de la muerte en sus ojos, pero estaba seducida por una calma que caía junto con su respiro, recorriendo cada hoja del limón que se mecía con el viento, sintiendo en sus dedos el conjunto de afiladas espinas que formaba en sus largas y delgadas ramas, sosteniendo frutos que lo hacían inclinarse en busca de unos maderos que alguien alguna vez los instalo con la esperanza de corregir su desviación, ¿cómo esas ramas soportan un columpio?, la luna mágica lo iluminaba mostrando hasta los más insignificantes detalles, a unos 30 centímetros del piso se sostenía por dos sogas gruesas la tabla que constituía el apoyo, donde algún niño quizás afirmó su cuerpo, quitándole a la gravedad el poder de mantenerlo apegado a esta tierra, la primera soga se deslizaba sobre una rama inmediatamente sobre el madero en línea recta, su contextura de unos 4 centímetros parecían insignificante para soportar peso adicional, la otra se deslizaba sobre una más pequeña, continuando la soga por unas ramas más atrás donde envolvía unas más fuertes, constituyendo un punto de fuerza mayor, ¿por qué siento tanta paz?, se pregunto jugando con sus dedos en los trozos de cristal empañado, describiendo un gran corazón donde injertaba su rostro y volvía a cubrirlo con su respiración, retrocedió dos pasos extendiendo los brazos, cerrando suavemente sus ojos, imaginando un puñado de niños y niñas de no más de 6 años alrededor del columpio, los imagino emergiendo de entre las raíces, vestidos de príncipes, princesas, corsarios, piratas, duendes y abejitas, los vio colgándose de los frutos del limón, desgarrándose las rodillas al contacto de la tierra, sonrientes de un lugar a otro, cortando diminutas flores para hacer con ellas una lluvia escarlata, salpicando con sus saltos los atuendos, deslizando barro por sus rostros, los pies desnudos por la tierra que se incrustaba en sus uñas, los vio sonreírle a los vientos, colgando sus alegrías entre las nubes, cubiertos por un ejército de ángeles defendiendo ese paraíso que inventaron al salir de entre las raíces que los aprisionaba, para luego de unos minutos enterrarse nuevamente en ellas, una vez que los juegos se terminaban a la espera de un nuevo amanecer.
La noche duró una eternidad, dos luces en la casa permanecieron tímidamente encendidas, recorriendo ambas las grietas que cruzaban los techos blancos, ninguna de las dos tuvo el valor de levantarse, reclamándole al sueño la esperanza de llevarlas pronto a un nuevo día, el mismo que llegó dejando los recuerdos borrados por la ansiedad de volver a escuchar a la anciana. Partieron juntas a buscarla, 20 minutos antes de su llegada se estacionaron a un costado de la avenida principal, sin cruzar palabras reflexionando sobre las vidas que les tocó, de las mismas que ya habían terminado y sólo quedaban retenidas al presente en un ser que aún no los dejaba escapar, reteniéndolos en la melancolía de su alma, la vieron descender y se apresuraron a apoyar sus pasos, les pareció aún más anciana, aunque en su rostro existía una luz que armonizaba con sus labios nuevos, la besaron con dulzor, intentando recordar todas las preguntas que quedaron del día anterior, ¿ha cambiado este pueblo con los años?; ¿podríamos recorrerlo? contestó la anciana luego de la pregunta, Antonia encendió el vehículo y se aprestó a recorrer el conjunto de callejuelas que componían ahora una mini ciudad de 7000 habitantes, la antigua municipalidad había sido trasladada a otros terrenos, en ese espacio hoy se erguía un supermercado que pasaba abarrotado, los plátanos

orientales formaban una cúpula de hojas como un túnel de tiempo, iluminados por postes metálicos con hermosas bolas de cristal que parecían contener el poder de la estrellas, cubriendo de vida las sombras de la noche, despejando los caminos peatonales a ambos costados de la avenida, donde las parejas usaban las bancas de fierro forjado y madera para declararse amor, ¿ha cambiado?, insistió Antonia.
Cuando era pequeña, contesto la anciana, recorría el pequeño arrollo de extremo a extremo, con un puñado de barquitos de papel que construía por las noches, pensaba que algún día mis ojos se extasiarían al gobernar con la mirada un mar en plenitud, llevando mis notas y esos lapiceros que mamá solía regalarme con cada libro, escribiendo de esos personajes simples que están llenos de complejidades, ¡la vida es la que uno vive!, estaba escrita esa frase en uno de esos libros que mamá compraba, lo encontré tan estúpido que no podía convencerme que alguien se atreviera a dejarlo grabado para la posteridad, pero con los años, me di cuenta que algo de cierto y profundo encerraba eso, la vida es la que uno vive, la que acepta vivir, la que cree vivir, la que sueña vivir, la vida es sólo un trozo de tiempo y hay niños construyendo barcos de papel en sus noches, aún hay arroyos en donde dejarlos en libertad, hay sueños de libertad, poder, amor, fe, éxito, cada uno viviendo la vida que quiere o pudo vivir, las autopistas imaginadas sólo quedaron relegadas a eso, todavía se levanta polvo por los rincones olvidados, los techos iniciales de esta calles continúan desparramados sobre las vigas hoy vencidas por el tiempo, ¿ha cambiado?, en este tiempo esta vida solo se pintó la cara, porque al final de cada una, se desarrollan las mismas historias y se escriben en el pecho los mismos sueños, las putas de mis años cambiaron sus tarifas, pero siguen siéndolo, los hijos desgarrados aún mueren entre fierros y los solitarios beben en la misma copa. ¿Podemos continuar por esa calle hacia las Canteras?, claro, repitieron ambas.
El silencio esta vez selló tres bocas, doblaron en la primera entrada cubierta de un piso de piedras, a ambos costados negocios que en sus jardines mostraban la habilidad de los artesanos al diseñar sobre trozos de rocas ígneas, lavas compactas o intrusivas, con granos finos, de granito, basalto o andesitas, inalteradas y sin micro fisuras, adoquines, piletas, morteros o cuanta figura de arte que les permitiera la imaginación y continuos golpes con sus mazos. ¡esta era su casa!, ¿del Armijo?, respondieron al instante, ¡si, de el!, su familia ya no vive en ella, la vendieron a unos parientes que quisieron atreverse con el negocio que florecía, luego de la muerte de él, nada los consoló, su madre cayó en un cuadro depresivo que terminó por dejarla de por vida sobre la cama, sus ojos ni siquiera podían soportar la luz de un día nublado, al resto de los hijos, los tuvo que criar su abuela, el amor de madre la mató en vida y para el día de su entierro sólo bastó un cajón como para abrigar a una niña de doce años, sus restos fueron dejados junto al de su hijo, y si algún día quieren ir al cementerio podrán ver donde ambos duermen, ¿cómo sabremos cuál es su tumba?, sólo deja que tus ojos se extasíen con las maravillas arquitectónicas que se levantan y cuando sientan que se les llena el pecho de admiración, será que están frente a ellos, el padre y esposo, traslado a lomo de mula las mejores piedras del interior de la montaña, golpeó sin piedad hasta que la sangre caía de sus manos, catorce meses en todas las estaciones se le escuchó retumbar en el cementerio, cada gota de sus ojos salió en cada golpe, él les había prometido que construiría una casa para ellos, cuando la pobreza la tenían enterrada en sus piernas, llamó a los demonios para enfrentarlos con la determinación de cumplirles a quienes tanto amo, clamó a Dios con la furia de un corazón herido, recriminándolo por la suerte que puso en sus pasos, no sólo perdió a su primogénito, también en vida a su preciada flor desvaneciéndose en sus manos, intentando que la fuerza que lo inundaba llegara a ella, para volverle a ver sonriente por los rincones de lo que llamaron su eternidad, catorce meses y luego partió sin decir a qué lugar se llevaba a quienes aún le quedaban, no tenía ganas de seguir llorando en sus paredes, cruzó la puerta en busca de otra vida, llevándose en la espalda a quienes le necesitaban. ¿cómo murió el Armijo joven?
Después que nos descubrieron besándonos debajo de las estrellas, su padre lo enfrentó recriminando todo lo que había soñado que él lograría ser, no quería ver que sus manos se quebraran con los trozos de rocas expelidas cuando azotaban con sus mazas para darles formas, lo había llenado de educación y no permitiría que una puta lo convenciera de otra vida a la que él estaba diseñandol, lo vistió de traje y se lo llevó al pastor del pueblo que en un ataque de locura culpo al demonio intentando con gritos sacárselo a la fuerza, mientras las mujeres caían desplomadas por el poder de un espíritu que llamaron revelación, hablando dialectos inentendibles saltando de un lugar a otro, para volverlo el hijo perfecto que siempre fue, lo que no comprendieron fue que en su estado de pasividad anterior, controló los síntomas de una depresión profunda que lo hacía llorar en la soledad de sus estrellas, y al ver que el amor que escuchó en los textos bíblicos y en los labios de sus padres sólo era una farsa absoluta, se quebraron sus rodillas entregando lo único que tenía de valor a la muerte.
Lo encontraron a la otra mañana colgando de la puerta de la casa, vestido de traje y con una carta en sus bolsillos que simplemente decía, “lo único que quería de esta vida, era ser feliz”. Jugará Dios a la ironía con todos los sentimientos, dentro de una bolsa de papel que un puñado de pequeños azotan con sus piernas, la vida es la que uno quiere vivir, concluyó entre lágrimas la anciana.
Nada más se dijo hasta que llegaron a la casa, la historia las había derrumbado a las tres, y nunca habían comprendido tan claramente como nos conectamos a pesar de tantas diferencias, ¿quiere que le traiga algo?, preguntó la criada, un vaso de agua por favor, contestó la anciana, ¿y tú Antonia?, nada, muchas gracias.
Volvieron las tres a sentarse en el mismo lugar del día anterior, la anciana limpió con sus manos la esperma derretida sobre el madero del columpio, dejando caer los trozos entre las grietas que formaban las raíces, tomó entre sus manos unos puñados de tierra de ese sitio y lo llevó a su nariz, ¿la han olido?, jamás hubieran pensado en la vida oler tierra. Cuando cumplí los trece años, llegó a esta casa una joven de veintiuno tan hermosa que las flores al verla pasar le rendían pleitesía, de porte distinguido y cara angelical, mi madre pensó que Dios se la había enviado, llegando a la conclusión que era como esos visitantes celestiales que pisaron Sodoma y Gomorra, creyendo que ella venía a sacarlas de la perdición y no a ser una más, la cubrió con sus propios vestidos, peinando sus cabellos por las noches, dejando que organizara todos los asuntos comerciales para no ponerla al alcance de quienes sólo destruían el corazón corrompiéndoles el cuerpo, aprendí de ella a usar mis primeros tacos, a modelar mi cintura, a distinguirme en mi manera de hablar, expresando convicciones firmes fundamentadas en la montonera de libros que mi madre me obligó a leer, sentí que ella era esa hermana que mamá siempre deseó, mi universo se había expandido atrapando una nueva estrella que me conquistaba con su elegancia y belleza, fui la que se durmió en su regazo al caer la tarde, la que se llenaba de ansiedad cuando ofrecía llevarme a algún paseo infantil o fiesta que mis compañeros ofrecían, le tomé la mano con todas mis fuerzas, acariciando sus emociones con mi corazón infantil, le regalé los versos más hermosos que descubrí, otorgándole a ella el protagonismo que todo poeta en alguna etapa de su vida pudo soñar.
Sin embargo el precio del metal injertó en su vida otra historia, los constantes despidos hacían cada vez más desgraciado el negocio, las utilidades que en el pasado parecían brotar de los pisos, ahora se consumían en la mantención de las mismas que un día llegaron frescas y llenas de energía, para ir convirtiéndose en

apáticas compañeras que lanzaban quejidos tan falsos como el beso de Judas, intentando convertir a sus clientes en el sostén de las enfermedades que comenzaron a apoderarse de ellas. Recuerdo regresar de la escuela cuando entrando de improviso al baño del salón, una alfombra de sangre cubría el piso en el que una de las muchachas mostraba un conjunto de llagas putrefactas que la carcomían, los médicos estaban a más de dos horas de viaje y el que ellos vinieran era inimaginable, la sífilis, la hepatitis B, gonococos y posteriormente el sida comenzó a sucumbirlas, y con las enfermedades todo el ahorro que constituía nuestro patrimonio, mi madre mostró un rostro que nunca imaginaron quienes se desempeñaban a favor de ella, reconoció que las historias que jamás quiso oír de sus labios empezaban a retumbarle, a causa de los mismos años que fueron sumándose a su vida de ambiciones, sabía que la mayoría escapaba de problemas económicos, abusadas por sus padres o incluso sus esposos en busca de un lugar donde olvidar los traumas, o para darle a los hijos que tenían, la oportunidad de una vida mejor, como ella misma lo hacía conmigo encerrándome a un costado de todos sus negocios, otras eran drogodependientes y la única venta que tenían a mano para conseguir dinero fue vender la piel y las curvas que las formaban, la clase trabajadora desapareciendo y las deudas martillando nuestras puertas, le fue imposible abandonarlas a las inclemencias de la vida, bajo sus brazos las cuidó con un inexplicable amor que le brotó de alguna parte extinta de su corazón, observando como la clientela se fijaba cada vez más en jóvenes vírgenes o niños, temiéndole a las enfermedades que sus putas portaban, le rogaban que trajera otro producto más sano, pensarlo le rompió el alma al mirar que tal vez una de esas criaturas podría ser yo, la única que quedaba con un inmenso cartel de “No se arrienda”, era la bella y tampoco estaba de acuerdo de ponerla al alcance de un montón de degenerados, ¡se acabó la juerga!, gritó un día a primera hora, ordenando que se ventilaran las piezas, quemaran las sábanas con sus multitudinarias historias de placer a escondidas, se bañaran en lindado y todo producto que pudiera sacarles la vergüenza de una vida con las piernas abiertas y las mandíbulas desgarradas, desplazó un cuadro que colgaba detrás de su cama y, saco un puñado de billetes que relucían, ¡nos vamos de compra!, la bella iba en primera fila tomada del brazo con mi madre, detrás de ellas, un puñado de putas con sus mejores vestidos, riendo como si hubieran salido de prisión, contando historias, imaginándose que la vida les devolvía el sentido que creyeron perdido, soñando que recuperaban la lozanía en un propósito más noble, muchas habían conseguido educar a sus hijos, otras, ayudar a sus familias, pero a causa de las luchas que sometieron sus cuerpos, les acompaño una culpabilidad que les impedía volver donde pertenecían y por ahora aunque los años de juventud se retiraron sin dejar rastro alguno, se sentían felices, parecían un ramillete de niñas que van de compras con mama, dándose empujones o apretándose las manos, sonriéndole a todo aquel que se cruzara su camino.

Esa tarde volvieron a nacer y junto a ellas, yo comencé a crecer, la bella nos regaló una pizarra donde yo debía enseñarles a leer y escribir a cambio ellas me enseñarían a ser una dama, ¿quién pensaría que un ramillete de putas, podría hacer tan noble tarea?, pero fue así, juntamos las letras en las tardes de primavera, oímos a Bécquer recitarnos en los oídos sus plegarias de amor, corrimos tras aventuras en la orilla del riachuelo tomadas del brazo de corsarios y piratas, desembarcamos en las playas más remotas jugando con innumerables joyas colgando en nuestros vestidos, las tizas fueron desgranándose en mis manos, esculpiendo no sólo sus vidas, sino que también la mía, las enseñanzas se volvían vivenciales, las matemáticas, ética, filosofía, religión, novelas, cuento y poesía en un millar de libros que fueron acomodados en mi pieza, fueron de viaje entre sus manos, por las tardes podía vérseles sentadas en alguna silla compartiendo lo que aprendían, buscando hojas donde contar sus historias, el ideal de la vida que les fue privado vivir, ¡aquel que esté libre de pecados, que arroje la primera piedra!, sin dudas ellas estaban libres de pecado, las familias divididas, el abandono, el hambre, la búsqueda de un afecto que jamás sintieron en sus cortos años de aprendizaje, viviendo en las calles por un plato de comida, ¿a quién culparemos?, a toda una sociedad que las produce, a la escasez de oportunidades, a las leyes que sólo las llevan a un rincón donde los importantes no puedan sentirse mal de ver la sociedad que crean, ellas estaban allí, en mi mundo de quince años, comiendo de mi mano, las podía sentir cuando el brillo de sus ojos les reclamaba un inicio tardío, las podía oler, cuando en sus pechos la virtud se convertía en un valor, que importaba si el príncipe jamás vendría, que importaba si jamás pudieran dormir en un castillo, estaban libres, lo sentían, crecían y se afanaban por no desperdiciar un minuto más sin vivir educándose. Las puertas se cerraron para quienes no eran invitados, el olor a perdición poco a poco fue cambiando por uno primaveral, con tantas mujeres en un mismo hogar sobraban las atenciones para ver cambiar la casa, algunas se encargaron de los jardines, otras de los dormitorios, algunas de la cocina y así se multiplicaron durante la mañana para disfrutar las tardes en lo que más les gustaba.

Durante el primer año, dos de ellas jamás volvieron a despertar, la enfermedad que las consumía se las fue llevando poco a poco, hasta que sólo un manojo de huesos quedó tendido sobre las camas, nadie vino a despedirlas, el mismo grupo de convivientes diarios se encargó de vestirlas y hacer los trámites municipales para buscarles un lugar digno donde descansar, la bella fue la encargada de gestionar con las funerarias, sacando una tajada más a los ahorros que les quedaban disponible, sólo consiguió que le vendieran el cajón donde enterrarla, ninguna de las dos funerarias existentes en el pueblo pudieron encargarse de los preparativos por la fobia que existía entre los grupos conservadores que para ese entonces se oponían a todo lo que estuviera relacionado a ellas, temerosos que la clientela se fuera a otro pueblo ofrecieron un cajón por una módica suma, al llegar a la municipalidad el tramite volvió a repetirse, nadie quiere que una puta duerma entre los santos, ¿Qué santos?, repitió ella en cada puerta que tuvo que golpear, incluso un trozo de tierra les era impedido alquilar y la mejor de todas las propuestas que en definitiva acepto, fue la incineración para llevársela de vuelta a la casa metida dentro de un cofre de cerámica rústica. ¿Dónde mierda las metemos después de la cremación?; silencio profundo entre todas las voces que cotorreaban sin descansó antes que la muerte llegara a visitarlas, terminando por decidir que lo mejor era dejarlas dentro del mismo cofre, debajo del limón, tal vez los hijos de alguna de ellas pudiera sentir que se encontró con su madre y podrían pasar un buen tiempo antes del juicio final, donde de seguro se irían derechito al horno más poderoso en la casa de don sata.

¿Quiere decir que ellas están enterradas bajo ese limón?

Todas, cada una de ellas siguió el mismo camino, incluso la bella.

¿Ella también murió?

Soy la última de esa generación, la bella se encontró en uno de los viajes con un apuesto joven hijo de las mejores familias de esta tierra, tres hermanos varones le quedaron al padre, luego que su mujer se cansara de tantas infidelidades, los abuelos habían amasado una gran fortuna comprando tierras y revendiéndolas años después, su hijo sabía de gastar en abundancia y les creó la misma conducta a sus machos, que doblegaron a todas las niñas que se les cruzaba en su camino, el mayor de ellos era Jaime, al igual que su padre y abuelo el nombre le fue otorgado por quienes le precedieron, los abusos con el alcohol lo llevaron a mezclarse con los más revoltosos, trabajando en los negocios familiares de lunes a viernes, para malgastar las utilidades los fines de semana, se embriagaban temprano para

continuar con drogas menores, en ese tiempo la cocaína empezaba a aparecer y ellos fueron quienes jugaron con fuego entre las manos, los pesos que ganaban se iban en pocas horas y al no tener como continuar, empezaron a vender todo lo que podían, robándoles incluso a sus progenitores, fue en esa condición que la bella lo conoció, se miraban a lo lejos sin despegarse, insinuantes palabras el cruzaba cuando le veía pasar, incluso su padre intervino por él, cuando notó que estaba cambiando, sus continuas juergas no duraban lo mismo que antes y el padre creyó que el amor estaba haciéndole madurar, habló con mi madre y le rogó que la dejara salir con su hijo, el había sido un antiguo cliente y sabia que la bella no había sido tocada por hombre alguno, le llevo algunas cartas de su pretendiente para ver si se atrevía a darle la oportunidad de unas horas en mutua compañía, mi madre se mantuvo apartada de la situación, si bien desconfiaba de cuanto hombre se acercaba, no encontraba lógico que esa belleza se perdiera entre tanta soledad, pero no era ella quien debía dar la última palabra, la bella susurraba su nombre mientras dormía, en sus notas aparecían escondidos un par de corazones con las iníciales de ambos, todas sabíamos que sudaba de decesos por tenerlo cerca, pero un temor inmenso le hacía retroceder, nunca se le vio un hombre, nunca mi madre la dejó participar en los negocios, su belleza no podía ser manchada con la venta de placer, se le veía triste por los rincones como si el amor la empujara a ir detrás de quien se aparecía en todos sus espacios, pero algo en su interior le impedía dar un minúsculo paso para alcanzarlo, todas rumoreábamos en estos rincones por la suerte que cayó a sus manos, sin entender porque prefería llorarlo que intentar amarlo, los meses fueron sucumbiéndola, su porte distinguido empezó a deteriorarse cuando los huesos parecían querer salír por la piel, no tenía ganas de comer, al desayuno una tostada partida en cuatro era lo único que su estómago permitía, ¿Por qué mierda no vas por él?, le repetía mi madre cada vez que la enfrentaba, ¡el amor terminara por matarte!, ella parecía no escuchar, se encerraba en su cuarto para que el amor se adormeciera pero era imposible, su corazón palpitaba su nombre, sus manos sudaban el calor de sus ojos, tenía impreso en sus labios el rostro de ese joven que al igual que ella se marchitaba a causa de un amor impedido de comenzar.

¿Por qué le temía al amor?
Ella jamás le temió al amor, le temía a su condición.
¿Cuál condición?
Una noche de verano cuando la casa dormía completamente, el llego a buscarla, se encaramó por entre las murallas y llegó a golpear su ventana, estaba desesperado, llevaba varios meses limpiando su cuerpo para merecerla, su pálida cara afeitada le pareció el rostro de un ángel, sus manos gruesas y fuertes, las cadenas que durante una vida espero para que la ataran, no conseguían que su razón frenara lo que el corazón le reclamaba a cada instante, su cuerpo delgado marcaba curvas perfectas, sus pequeños pechos parecían vibrar de deseos para que él los hiciera suyos, llena de temores abrió la ventana y de un salto se trepó cubriéndola con sus brazos, besó sus labios con una pasión desenfrenada, acarició sus cabellos como una brisa perfecta en el amanecer, dejando que sus manos marcaran un dominio que sabía le pertenecía, la bella no pudo resistirse al sentir que sus frágiles piernas se doblaban, jurándole a los labios de ese hombre la eternidad de una vida de amor inmortal, de ese amor que descubrió en los poemarios que desojaba, le rogó que se apartara, le suplicó que no permitiera que el amor que sentía por él, se manchara de imposibles, reconoció que nunca hombre alguno la había tocado, que su vida fue una constante búsqueda de un amor perfecto, creía merecerlo, lo quería, pero había una razón que le era imposible compartir, él se negó a la suplica, el amor retumbaba en sus oídos, el calor que ella le producía parecía aumentar dejando en sus labios un puñado de besos que aumentaban en tiempo e intensidad.
¿Por qué no quería amarlo, si ambos sentían los mismo?, la anciana miró a Antonia ordenándole que permaneciera en silencio, mojó sus labios resecos, con las historias que caían de sus labios como si un libro se desparramara por una cascada de emociones.
La vida es una obra de teatro, las tablas o el escenario es el lugar donde nos toca representarla, las palabras del señor tienen un significado supremo, ¡la verdad os hará libres!, la bella vivía en un universo tan pequeño que nadie sabía que existía, convivíamos con ella, sus manos fueron la fuente donde encontré todas las fuerzas donde inicie mis sueños, mi madre creció abrigando su belleza y se convirtió en una hermosa mujer a medida que ésta la acompañó por los años, el resto de las muchachas la acariciaban anhelando que parte de esa pureza les perteneciera, todas pensamos que los poetas se inspiraban en mujeres como ellas, inmaculadas, inalcanzables para hombres comunes, de una belleza transparente que parece que al llegar a unos pasos de ella, nos inundara de perfección, la bella rechazó una y otra vez amarlo, las visitas por los muros se repitieron por meses, sin que ésta se atreviera a entreabrir las ventanas, murmurando los sentimientos que compartían, intentando traspasar los vidrios con el calor que se negaba a encender, agotándosele la vida con su constante negación a comenzar una relación que parecía perfecta. Pero el amor en esas líneas debía escribir la porción de dramatismo que siempre trae, el calor de diciembre le impidió cerrar la ventana de su dormitorio, ya eran las dos de la madrugada y creyó que era imposible que él apareciera, ya habían gastado todas las palabras correctas sin conseguir que el amor cambiara de matiz, ¡el amor todo lo puede!, quizás eso creyó ella, pero el amor de ese que los ángeles de Dios están acostumbrados, no era el que el joven esperaba recibir, cuando la noche lo cubrió, realizó la travesía para llegar hasta su compañía y al descubrir la ventana abierta de par en par, creyó que esa noche lo esperaba, susurró en su oído su nombre suavemente, ésta adormecida sonrió dejando caer sobre sus labios un delicado beso que derritió su alma, sin lograr impedirle que sus manos vaciaran todo el fuego que lo quemaba en sus pequeños pechos, inmune a las fuerzas de un amor que le quitaba la vida, acarició su pelo rodeándole la espalda con sus manos, el mundo aquella noche se detuvo, mágicamente los amantes totales encontraron la manera que el amor expresara su máximo potencial, media dormida no comprendió lo que hacía, dejando que sus barreras cayeran dejo que él se encontrara con la más contradictoria realidad.
¿Contradictoria realidad?, ¡termine por favor!, clamó la criada, mientras la anciana llevaba a su boca unos sorbos de agua fresca.
Contradictoria, la bella nació siendo bello, el más bello niño en una comarca distante, sus cálidas facciones embrujaban a todos quienes se acercaban a mirar tanta perfección, sus padres pensaron que los dioses habían descendido una noche y depositado sus semillas en los vientres terrenales, un hijo del dios altísimo, un ángel que una madrugada llegó para iluminar las vidas de quienes nunca se amaron lo suficiente, inspirando los afectos de todos los que se reunían a ver la maravilla, de un rostro que brillaba en la más plena oscuridad, grandes ojos que dulcemente sostenían un puñado de grandes pestañas enroscadas, unos labios carnosos de un color embriagador, manos delicadas y finas, pies suaves como gotas de algodón y una voz que ordenaba los elementos a su voluntad, los años de pequeño fueron los más hermosos que vivió y convivió con quienes le rodearon, pero la niñez dio paso a la juventud y su interior se fue definiendo por un gusto extraño por el mismo sexo, temeroso de dañar a quienes le rodeaban partió un día sin decir a donde apuntaban sus pasos, dejando atrás de cada paso una estela

imposible de descifrar, porque el hermoso niño un día desapareció sin dejar rastros de su vida pasada, elevándose de su capullo extendió sus alas emergiendo de su crisálida, sintió el valor de la libertad al liberarse de las ataduras, experimentó la sensación de alcanzar los cielos y sin retorno se elevó escondiendo su condición, cuando llegó a este sitio, el continuo huir de un sitio tras otro, le tenía sus pies resquebrajados, estaba cansado de huir, de continuar sin tener donde pertenecer, de esconder lo que era, de no alcanzar lo que quería ser, de la búsqueda de un amor que parecía imposible, de la lucha cotidiana por esconder ese pequeño pedazo que jamás se desarrollo, ocultándolo de las miradas que jamás entenderían el juego en que los dioses se burlaron de ella, mi madre necesitaba una muchacha, que se encargara de mis asuntos personales y cuando la vio aparecer, supo que la clientela pagaría una millonada por tenerla junto a ellos, pensó en todo el dineral si conseguía sacarle un precio razonable, pero al oírle hablar por primera vez, creyó escuchar las voces de esos ángeles que de niña le protegieron, la dejó lejos de todo y todos, y yo me adueñé de ella creyendo que me pertenecía.
¿Y qué sucedió esa noche?
Esa noche, el descubrió el secreto que les impedía avanzar, sus ojos enrojecieron de tanto llanto y nunca más se apareció por la ventana, nadie entendió porque dejó de buscarla y porque ella jamás volvió a salir de estas murallas, los pétalos que la cubrían empezaron a llenarse de otoño, uno a uno comenzaron a caer, dejando un hilo delgado secado por la fuerza de un amor que nunca fue, él se casó al cabo de un año, con una niña de clase acomodada, jamás contó que había sucedido y nadie cuestionó la decisión, la bella permaneció como un recuerdo de quienes jamás volvieron a verle, y cuando nos tocó llevarla al crematorio, su cuerpo era suspendido por la más delgada brisa.
¿Ella también está aquí?
Todas están debajo ese limón, todas las historias se encuentran en esas raíces, los minutos de alegría, los dramas y las pasiones que fueron absorbidas, la vida de todas y cada una hoy sólo permanecen en mis labios y debajo de este limón, si él hablara, les podría contar incluso aquellas que nunca pasaron por mis oídos.
En un minuto de complicidad, todas suspiraron profundamente, quizás fue una manera de desahogar todo el nudo de vidas de las cuales parecían pertenecer y que de pronto se les caía de las manos. Un cuadro de mil colores conectados por inolvidables momentos llenos de dramatismos que coexistían debajo de esas delgadas ramas y ácidos frutos, la criada se retiró unos minutos intentando que no percibieran sus lágrimas, en el rincón de su mundo extrañaba a esos que había dejado, al igual que Antonia intentaba comprender como concluiría su propia existencia, la perfección que años atrás le parecía lógica y alcanzable, se transformaba en un cúmulo de oportunidades que estaban en sus manos y al mismo tiempo se desvanecían, una sola decisión podría marcar la cuota de dramatismo que en los labios de aquella anciana sólo parecían un montón de cuentos extraídos de tantos libros, que de pequeña los hizo parte de su existencia,
¿Qué hizo con su vida?, pregunto Antonia mirándole fijamente a los ojos, la anciana intentó responder con una mirada llena de luz, pero ésta no logró percibirlo.
¡aprendí a ser feliz!... respondió al cabo de unos minutos.
¡feliz!, ¿Cómo se logra eso?.
Eso lo respondes con tu corazón.
Veinte minutos después la anciana bajaba nuevamente del auto, para esperar la locomoción que la llevara nuevamente a su hogar, esta vez una ambulancia detenida sobre la acera con las luces encendidas y sin sonido parecía estar a la espera de algo importante, Antonia detuvo el auto sin darle mucha importancia, sin percatarse que uno de los enfermeros se dirigía hacia ella.
¿Buenas noches señorita?
Buenas noches, ¿Qué sucede?
Esta señora que las acompaña, ¿es familiar de ustedes?
No, es sólo una amiga.
Amiga de su familia o amiga de las circunstancias.
No entiendo, contestó esta vez un poco furiosa.
Lamento importunarla, esta mujer está desaparecida hace dos días de un centro de atención de enfermos terminales.
¿Terminales? pero si ella es la mujer más cuerda que conozco.
Son solo días de lucidez, en realidad nadie sabe quién es, de donde viene o a quien pertenece, ella padece Alzheimer y vive en una constante irrealidad.
¿Usted dice que ella inventa todo?
Creemos que tiene muchos recuerdos, muchos les pertenecen otros los ha leído y muchos son mezclas de ambos, ¿son ustedes familiares?
Ya le dijimos que no, ¿Por qué vuelve a preguntar?
Sólo por curiosidad, ella no tiene a nadie que la visite y quizás por eso escapa cada cierto tiempo.
Antonia camino hacia la anciana con las cejas cerradas llenas de molestia, ¿Quién eres?
No lo sé. Contestó con el último aliento de memoria que le quedaba, mientras uno de los choferes de la ambulancia la conducía lejos de ambas.
Pasaron una hora sentadas en el auto tratando de sacarse la sorpresa, un puñado de historias habían estado invadiendo sus cabezas los últimos dos días, habían recorrido las avenidas donde ella identificó todo lo que la rodeaba, habían cuestionado sus propias vidas sin darse cuenta que eran parte de una locura senil, ¡no puede ser!, ella sabía todo lo que ocurría en la casa, deben haber antecedentes de quienes eran los dueños anteriores, ella debe haber vivido allí, se miraron decididas pisando a fondo el acelerador a las oficinas municipales, las puertas a medio cerrar indicaban que no tenían mucho tiempo.
Buenas tardes señor, ¿Dónde averiguó quienes eran los dueños de una casa que acabo de comprar?

En la oficina de bienes, pregunte por Martita, si no sabe ella, nadie sabrá.
Muchas gracias.
Aceleraron los pasos en busca de un último intento por pasar una noche sin incertidumbres, los pisos hacían resonar sus pisadas, tomadas de la mano subieron dos escaleras por la parte interior del municipio.
Buenas noches,¿ está martita?
Si, ¿quién le busca?
Buenas noches, soy Antonia y acabo de comprar la casa que está a un costado del camino, la color ocre, con tejas coloniales.
Si, la del antiguo alcalde de esta ciudad.
¡El alcalde!
Si, ellos eran dueños de la mitad de este pueblo.
Tenían familia.
Una hija, pero vivió su vida encerrada en esas paredes, algunos dicen que padecía alguna extraña enfermedad, por eso su padre jamás le permitió salir, y cuando pudo hacerlo estaba tan vieja que sólo quedo llevársela a un centro de ancianos.
Pero esa casa no era un prostíbulo
Martita lanzó una carcajada contagiosa, esa casa era del alcalde, el hombre más respetable de este lugar, murió cuando su hija ya tenía como 50 años, los dos vivieron en esa casa toda su vida, encerrados en la inmensidad de sus libros y las aventuras que compartían, cuando murió, un hombre de las canteras le construyó un sepulcro digno de un rey, martilló por más de catorce meses día a día, hasta que concluyó su obra, se cuenta que la mujer más bella de la comarca, lo mandó a hacer por el extraño amor que se juraron pero nunca completaron, ellos se visitaban a escondidas, sin jamás llegar a concretar la relación, fue por eso que cuando él murió, ella construyó un templo a esa santidad que compartieron, y luego partió con su familia en busca de otras oportunidades.
Todo se volvía más complicado, ¿será una loca?, se repetían mientras abandonaban el lugar.
Al llegar a casa, contaron los pasos que ella les digo que media cada lugar, recorrieron descalzas los adoquines, tomaron en sus manos trozos de tierra que extrajeron de entre las raíces del limón, llevándoselas a sus narices en busca de ese aroma que ella decía contener, pero no percibieron nada más que tierra, dejándola sin esperanzas de encontrar respuesta, ambas entraron en busca de algo que les permitiera entender lo que sucedía, recorrieron las paredes con las manos en busca de algo que resaltara, pero fue en vano, el aroma a primavera hacia parecer todo encantador, a un costado la puerta del dormitorio pequeño, pisaron despacio las tablas que crujían, hasta que enfrentaron la última esperanza de entender, la habitación estaba más fría que el resto, un puñado de libros permanecían en una caja a medio moler por la humedad, mostrando en su interior las marcas de quien los había hojeado una vida, hojas desgastadas y con surcos sin explicación parecían haberlos atormentado una existencia, malolientes, carcomidos y llenos de imágenes sin sentido, la criada se detuvo frente a la ventana intentando ver si ese limón hablaría algún día, el viento tibio mecía lentamente el madero, creyó ver a un puñado de pequeños saliendo de entre esas raíces, pudo percibir sus rostros fríos y tenues, rebosando de una dicha que se transfería a ella con una delicadeza que parecía provenir de los cielos. Antonia seguía con la misma desesperación buscando algo que pudiera explicar lo sucedido, quedándose en las hojas que parecían haber sido azotadas por un ejército de lectores, en ellos encontró las historias que había escuchado, historias de amor desgarrado, de prostitución, de muerte y odio, historia que se mezclaron de una extraña manera en la mente de aquella mujer, encerrada en esas paredes, encerrada en las murallas de un reino de riquezas que brotaban del piso, de oír los clamores de quienes saciaron los apetitos de aquel hombre que abusó una vida de quien le pertenecía, todo llegó a su mente con una claridad casi absoluta, lanzando un llamado angustioso a su criada, exponiendo todo lo que podía percibir en su interior, un llanto que la anciana intentaba transmitir sin que ella lo hubiese percibido, le explicó lo que sentía y ella propuso, que la única manera era desenterrar las raíces del limón en busca de esos pequeños que ella creyó le pertenecían a esas putas que convivieron en su imaginación y que no era más que ella en su propio martirio emocional, se tendieron de rodillas excavando con las manos, enterrándolas en busca de los tesoros que algún año en el vientre de la anciana había florecido fruto del abuso de un padre perverso, extrayendo recuerdos en trozos de cerámicas que permanecían herméticos, como si la vida se encargara de entregar los hilos que unían la vida perdida en una fábula inventada incapaz de soportarse con cordura, anillos, cruces, trozos de vestidos, un puñado de monedas y cartas a ese hombre que nunca llegó a rescatarla, cincuenta centímetros y las raíces parecían interminables, manchándose los rostros sudados llenas de una desesperación que les apretaba sus corazones, desgarrando trozos de tela envolviendo pedazos de piel, sintiendo como sus propios vientres se recriminaban la amargura de no poder concebir y la otra de tener que abandonarlos en busca de mejores oportunidades, desenterrando criaturas que sin que nadie se los dijera, le pertenecieron cada vez que su padre fue en busca de ella para saciar sus impulsos, tratándola como una perra en quien descargar todos sus instintos.
Aquella tarde al llegar su esposo las encontró destrozadas, cubiertas de tierra y llanto, demolidas por el peso de la vida silenciosa que en dos tardes lograron revivir, demolidas por la esperanza que no fuera real todo lo que percibían de un mundo al cual creían pertenecer y en donde sus simientes algún día se desarrollarían, pudieron sentir aquel aroma a vida como un rico néctar desparramado sobre las raíces, aroma a juegos de niños, a dulzura y esperanza, ¿tal vez sea tiempo de que traigas a tus hijos a vivir con nosotros?, le propuso Antonia a la criada, con los ojos llenos de lágrimas ella le respondió, ¿tal vez es tiempo que traigas más niños a este jardín? le propuso ésta, recordándole que ella podía sacar de las tinieblas de la soledad a muchos que nacían sin tener un hogar al cual pertenecer o rescatar a un puñado de Antonias que vivían a la espera de quien las rescatara de la mísera vida que las atormentaba.
¿Alguna de las dos me podría contar que sucedió acá?, preguntó el esposo, apuntando la montonera de tierra removida a los pies del limón.
Pregúntale al limón, respondieron juntas.
Claro, contestó él, ¡como si el limón hablara! y si lo hiciera ¿Qué diría?
Antonia tomo entre sus manos unos gramos de tierra que llenaban sus ropas, desgarro sus ojos en la ecuación de soledad en que sus caprichos la tenían

convertida, en la irrealidad de una constante búsqueda de bienes olvidando que dar era lo correcto, percibiendo ese mundo donde la verdad se encargo de contar la mejor mentira, de las injusticias que no fueron saldadas y en como una pequeña pudo sobrevivir borrando los recuerdos, ¡si mi padre me hubiera enseñado a pedir perdón!, exclamo recriminándose la inmadurez acumulada por la soberbia, recordando la paternidad que la emparentaba con Dios, ese mismo que tantas veces seco sus lagrimas, acaricio sus cabellos y levanto su mirada para enfrentarla a su perdón, ¡si ese limón hablara!, nos recordaría el valor de los afectos, nos enseñaría lo que compone la humanidad, incrustándonos la misericordia a favor de tantas y tantos niños que buscan padres, olvidando que la sangre no determina las relaciones, es el amor, el que deja que dos extraños se adulen y acompañen, los lazos están, el vinculo existe, y en estos largos años de sequia he aprendido en cortas horas que ser madre no es parir con el vientre, ser madre es llevar a infinidad de pequeños por los caminos correctos, protegiéndolos, dirigiendo sus pasos y abriendo las puertas de la educación, ¡hay esta el vinculo!, hay esta la maternidad, en el amor en que recibiremos a tus hijos, que desde mañana serán también nuestros, y desde ahora estas puertas abrigaran a todos los que podamos rescatar haciéndolos nuestros, para recuperar el vacio de una existencia sin oír cuantos nos han estado llamando.