Dicen que antes de morir un conjunto de
imágenes resumen nuestras vidas, exponiendo todas las verdades con una plenitud
absoluta, sin restricciones o falsos argumentos deteriorando las hebras que
conforman la verdad de nuestra existencia, enfrentando las decisiones que
fueron dejando una infinidad de huellas, y condenándonos a agradecer o lamentar
en esos pocos minutos, el legado que quedo con nuestra partida.
Al fondo de una pequeña habitación yacía el cuerpo de un personaje que para muchos, tenía todos los argumentos de una existencia plena, mostrando sin descaro una sonrisa abundante, reflejando en el brillo de sus dientes perfectamente blancos, la completa complacencia que rendía tributo a todas sus acciones. ¿Qué sucedió? ¿Porque lo hizo? Murmuraban voces tenues tratando de comprender las causas que le llevaron a tragarse las verdades que lo atormentaban, escondiendo en su semblante sonriente aquellas preguntas que regresaban después que las altas dosis de comida, alcohol y drogas, adormecían su complejo mundo, para extasiarlo en una placentera existencia que solo perduraba el soplo endemoniado de una realidad de la cual era imposible huir, enfrentándolo con esa realidad dormida que permanecía inalterable en un espacio de su mente activa.
Para algunos cercanos, fueron las heridas
de una niñez recluido en el olvido, lo que gatillo un encuentro final con una
personalidad que creía haber vencido en su juventud, controlando las altas dosis de alimentos
empobrecidos, que desparramaba su madre atormentada por una santidad que sabía
no poseía, para mantener lejos de sus afectos inexistentes a una criatura que completaría
un acuerdo que acepto, sin sentir las vibraciones inequívocas de un tipo de
sentimiento que idolatraba en las escritura que sostenía en sus manos, construyendo con el manojo de
principios celestiales, una vida sin valores terrenales, donde sus víctimas
fueron, un trio de pequeños seres que no comprendían que solo eran reclusos en un campo de exterminio llamado
hogar.
El gordo de la primaria era una escultura
viviente esculpida por los dedos artísticos de Botero, su apariencia de hombre
pequeño, traje formal y caminar complicado, hacía que las miradas se detuvieran
sobre sus acciones, mientras voces hipócritas acariciaban sus cabellos,
condenando el maltrato alimenticio sin que de sus labios saliera un reproche
directo a quien, para ese entonces, había subido a sus tres hijos, a un tren
con destino a Auschwitz. Engalanados con atuendos falsificados con los
reproches internos que arremetían contra sus buenas intenciones, teniéndola en
las fauces de fieras que habían comprendido que su derrota solo era cuestión de
tiempo, para exponerla ante los tribunales terrenales, de los cuales para ese
entonces gobernaba con sus fluidos diálogos de moral, arrastrando a una decena
de débiles súbditos, a descuerar a aquellos que habían liberado sus principios
de los ortodoxos estatutos eclesiásticos, que eran fuente inagotable de
justificaciones, para controlar las razones de mantener sus garras ocultas en
un rebaño de ovejas.
Mientras que para otros, fueron sus propias
culpas las que le incriminaron, observando el decaimiento que experimentaba, al
ir descendiendo de las nubes donde sus malformados hábitos le llevaban, sumergiéndolo
en silencios profundos, retraimientos que le apartaban de todos los lazos para
exponerlo de frente con sus nobles sentimientos, que exigían el uso adecuado de
un albedrio que había perdido en crudas batallas de autocontrol, recriminando con
frases duras y textos extensos, al único ser que logro sacarlo de las vacilaciones
entre el bien y el mal, entregándole un espacio donde la mierda terrenal no conseguía
contaminarlo, reprogramando su mente como un cristo penitente, con los pies
martillados y las manos desgarradas, testificando ante una audiencia de devotos
sollozantes, la existencia de un ser superior que debía perdonar la ignorancia
de esos, que no sabían lo que hacían, y de quienes termino por ser uno más. Sintiendo
en la experiencia compartida de una habitación, el control de aquellas voces
pobres que estando distantes, martillaban con furia incriminatoria, resultando que esa distancia sacara de cada
uno, los peores argumentos, dejándose vencer por lapidarios comentarios sin
valorar la libertad de acción, acorralando las debilidades para doblegar en un
juego pasional, las decisiones que incomodaban y que resultaban imposible de
tolerar con el entendimiento carente de madures emocional que no tenían.
Su historia era una página con pequeñas
notas, si bien todos decían conocerle, pocos podían argumentar con descripciones
validas, la totalidad de su permanencia en este mundo, del cual fue solo un
personaje secundario con matices cortos de protagonismo.
A sus diecinueve años, la vanidad pudo
apartarlo de los suculentos banquetes tóxicos, para mostrarle frente al espejo
un apuesto hombre de altura mediana, líneas tenues de un semblante varonil,
grandes manos esculpidas por puñados de lápices que acomodaba en un bolso
sustentado por sus hombros fuertes, y una sonrisa cautivadora que derritió a
cuantas cruzaron sus caminos, sin percibir que detrás de esa imagen poderosa, existía
un ser carente de afectos y predispuesto a dejarse vencer por millares de
sentimientos que a esa altura de su vida, solo permanecían adormecidos. Fue en
esos años de educación superior, que Margarita Gallardo, una antigua compañera
de educación básica, contemplo con asombro el atrevimiento de un apuesto hombre
que se abalanzo hacia ella, estrechando sus mejillas dejando caer un beso
profundamente tierno, que agradecía sin comprender el cambio producido en un
personaje que sus ojos recordaban con un volumen exagerado. ¿Cómo estas
Margarita? Mostrando una dentadura que jugueteaba con su mirada profunda, ¿Quién
eres? Pregunto perturbada, ¿no me recuerdas? Volvió a sonreírle, dejando caer
una carcajada contagiosa, ¡guatón! ¿Qué te paso? Acomodando su afeminada silueta
entre los brazos de un galán de indiscutida prestancia, sintiendo que detrás de
tanta imagen inmaculada que se afanaba por resaltar, existía ese gordo tímido
que exigía entregar altas dosis de afecto, con la esperanza de contrarrestar la
carencia que había acumulado por tantos años.
Los recuerdos acumulados en esos años de educación
superior, fueron suficiente razón para llorarlo desconsolada, rememorando las
situaciones en las que privilegio acompañar sus pasos, dejando a decenas de
admiradoras que se derretían por tenerle entre sus piernas.
El gordo como le llamaba afectivamente, mantenía
su emblemática trasparencia con aquellos que habían sido pilares de sus años de
obesidad, cuidando con simples gestos de cordialidad, aquellos tenues lazos que
para su experiencia existencial, habían dado demostraciones de esas cualidades
que podía contar con los dedos de una mano, en quienes por casualidad u
obligatoriedad parietal, eran coprotagonistas de la historia de su vida.
Después de esos años acompañándose, los
caminos se dividieron como lo habían hecho anteriormente, quedando solo un
diminuto hilo que los conectaba de vez en cuando, observando el decaimiento
emocional de ese varón de prestancia perfecta, dejándose intimidar por
situaciones que no conseguía controlar con sus argumentos emocionales, saciando
aquellos llantos silenciosos heredados, con indiscriminadas porciones de
alimentos envueltos en grasa. Recriminándose ante el espejo que lo convencía de
una desnutrición que ante sus ojos, lo hacía ver con un número en su muñeca y
piel apoderándose de sus huesos, tratando de encontrar los senderos para huir
de ese campo de exterminio administrado por una docena de agentes Hitlerianos, escondidos
detrás de apariencias humanas. Refugiándose en otras decenas de compatriotas
acomodados en las mismas literas, dispuestos a experimentar con altas dosis de
ingesta etílica o concentradas dosis de fármacos prohibidos, por algunas horas
libres de la realidad en la que su mente los tenia sumergidos, huyendo de los
demonios que reclamaban sus almas, para encontrar en ese trozo de infierno
diseñado para ellos, un paraíso que solo les duraba unas cuantas horas, cayendo
en una espiral descendente que fue poniendo aceleradamente, termino al contrato
como administradores de sus cuerpos.
Fue así como los demonios internos administraron
su vida, los tóxicos alimentos ingeridos de niño no fueron razón de la desnutrición
emocional que existía en él, lleno de palabras apropiadas, pero gobernado por
emociones incorrectas, que desencadenaron torrentes de punzantes heridas que
destrozaron el único lazo que pareció importarle, empujando lejos de sus
instintos protectores a ese ser que en apariencia, demostraba control absoluto
de sus decisiones, y que no era más, que otra desnutrida emocionalmente,
derrotada por sus conductas y los atropellos intelectuales contra los cuales no
tuvo argumento.
El gordo fue encontrado producto de la
pestilencia que emanaba de su cuerpo colgado de un fuerte madero al interior de
su casa, los peritos concluyeron que había sido un suicido, los familiares que
estaba enfermo a causa de las drogas y el alcohol, los compañeros de celda,
culpaban a la humanidad, los amigos
encontraron algo de responsabilidad en sus propios actos, y Margarita sollozando
expuso… quizás alguien encuentre una frase que sirva de epitafio, en todas las
huellas impresas en su existencia, y que hoy solo son, epitafios de un hombre
muerto.
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